Un personaje favorito para muchos es Albert Einstein. ¿Será porque era un gran físico, o porque era un filósofo de la naturaleza, profundo e introspectivo, o ambos? O, ¿será sencillamente porque aparece en tantas pancartas, fotos, pinturas y publicaciones en libros para científicos y para niños y niñas, que perciben este personaje como un inspirador de las aventuras de ciencia ficción? Albert Einstein era un extraordinario físico, pero lo considero también un gran filósofo, porque le gustaba pensar en “cosas”, cuestionar, hipotetizar, y sobre todo preguntarse ¿qué pasaría si…? Cada vez que la ciencia genera nuevos conocimientos, surgen mil preguntas más. Podemos estar muy orgullosos de las cosas que sabemos, pero también podemos estar orgullosos de disponer de un método de estudio, que nos ayuda a remover dudas y traer explicaciones para las cosas que no sabemos. La ignorancia puede removerse. Cuando aprendo algo, lo llamo ‘muy interesante’ y vivo con eso, lo acepto, mientras no pueda ‘probar’ lo contrario, mientras no tenga evidencia para alguna explicación mejor. Basado en una experiencia que Einstein tuvo cuando estaba en la preparatoria, animaba yo a mis estudiantes para que escucharan su voz interna; para que hicieran anotaciones sobre sus pensamientos e ideas, simplemente para que creyeran en ellos mismos. Einstein tenía unos padres preocupados por el rendimiento académico de su hijo, ya que sus mismos profesores les insinuaban que pensaran qué iban a hacer con él, quizá prepararlo para alguna profesión práctica con la cual podía ganarse la vida. Einstein nació en Ulm, al sur de Alemania en 1897, la época del Keiser, del imperio alemán. Era la época de la educación impartida con la metodología militar. Un estudiante tenía que ponerse de pie para contestar a una pregunta del profesor y solamente debía sentarse bajo su comando. La rígida disciplina que no funcionaba para un joven como Albert, lento y pensativo, no le ayudaba a su elástico cerebro, que no estaba para aprender de memoria sin entender. Era la época de los imperios europeos, que funcionaban bajo la disciplina militar, donde los militares obedecían, aunque tuvieran que cometer crímenes en contra de sus propios valores morales y éticos. Sencillamente un soldado obedece, no cuestiona, y eso no funcionaba con la mente de Einstein. En su época en la escuela preparatoria, una pregunta ‘simple’ lo acompañaba; algo así pasaba por su cabeza: ¿Qué pasaría si pudiera desplazarme tan rápido hasta alcanzar un fotón, y verlo junto a mí, como cuando viajo en un auto a la misma velocidad de otro de tal manera que le puedo pasar al pasajero de ese coche un vaso con agua? ¿Cómo se vería ese fotón? Pensaba evidentemente en Relatividad. Creo que tenía 16 años cuando se ocupaba de estas cosas en silencio sin atreverse a preguntárselo al profesor, o ser blanco de la burla de sus compañeros. Es lamentable que muchos estudiantes se sientan intimidados para discutir sus ideas libremente. Albert tenía una mente muy liberal, era socialista, no era comunista y detestaba un estado nacionalista. Es muy interesante el desarrollo de sus ideas físicas en una época en la cual transcurría la primera guerra mundial (evento histórico que no escribo con mayúsculas). Fue hasta después de esta nefasta guerra que Dyson y Eddington, en sus respectivas expediciones al Brasil y a la isla de Príncipe en 1919, produjeron las pruebas de la Teoría de la Relatividad General, al observar el eclipse que reveló el efecto de lo que recibe el nombre de la ‘lente gravitacional’. Einstein era un físico, que como todo estudiante en la universidad había tomado sus clases de Matemáticas para Físicos pero que, a pesar de ello, buscaba en repetidas ocasiones ayuda para dar a sus ideas la forma matemática que requerían. No era religioso, pero creo que era muy espiritual. La persona religiosa está obligada a creer en ceremonias diseñadas para convencer a otros de que creen en Dios; la espiritualidad es una relación muy profunda con la naturaleza, y la única ceremonia está en las matemáticas. Un pensamiento espiritual de Einstein, puede ayudarnos a adquirir una idea de su perspectiva de vida:”Extraña es nuestra situación aquí sobre la Tierra. Cada uno de nosotros viene por una corta visita, sin saber por qué, sin embargo, a veces parece divinizar un propósito. Desde el punto de vista de la vida diaria, sin embargo, hay una cosa que sabemos: que estamos aquí por el bien de otros – sobre todo por aquellos sobre cuya sonrisa y bienestar depende nuestra propia felicidad, por las innumerables almas desconocidas con cuyos destinos estamos conectados por un lazo de simpatía. Muchas veces en el día, me doy cuenta cuánto mi vida interior y exterior edifica sobre el trabajo de otros, tanto vivos como muertos, y qué tan seriamente debo ejercitarme yo mismo con el fin de retornar tanto como he recibido y que todavía estoy recibiendo”. (Parcialmente citado por Dinah, Moché. Astronomy. 2004) La palabra “divinizar” ha sido traducida libremente en la red como si “fuera un propósito divino”, pero en este contexto es un verbo. Einstein no tenía una creencia en Dios como en la tradición judeo-cristiana, a pesar de que él era judío. Einstein era un pensador libre, se equivocó en varias ocasiones, y siempre estuvo dispuesto a aprender de otros y a dejar prejuicios por la verdad. No estaba atrapado en dogmas religiosos, pero era, sin lugar a dudas un ser muy espiritual. Tengo algunas cosas en común con Einstein, y el más claro es que nuestros apellidos, de origen judío, terminan ambos en ein. Pero mientras que Einstein era una roca única, yo la exhibo en mi nombre Peter. Albert Einstein murió en Princeton, New Jersey, USA en abril 18, 1955. Yo era un niño, pero ya tenía un ídolo.